Si no fuera porque sé que no es así, diría que la culpa fue de la tormenta (sí, de vez en cuando también llueve en la soleada California: como dos veces al año, por lo visto). Diría que toda esa carga eléctrica en el aire altera la personalidad y nos vuelve un poco locos.
Pero no es así. La playa de Venice (al ladito de mi casa) es un escaparate incesante de freaks y de la gente más rara que uno pueda imaginar. Y ése es su encanto. Por eso me encanta estar por allí y pasear por sus tiendas cutres. El domingo había por allí desde un grupo de sirenas a perros con gafas de sol, pasando por los habituales mimos y los personajes acostumbrados a hacer del paseo junto a la playa su sala de estar.
Cuando se tiene un mal día, o una mala semana, o simplemente uno siente la necesidad de estar un rato a solas consigo mismo, hay unos cuantos sitios que definitivamente ayudan. Venice es uno de ellos. La energía de este lugar es muy peculiar, única, además de tener una de las mejores playas que he visto.
No puedo olvidar que también es uno de los mejores lugares para encontrar esas camiseta-souvenir que todos acabamos comprando tarde o temprano, y esas maletas-ganga que definitivamente tendré que comprar cuando me plantee volver con todos los trastos extra que ya he empezado a acumular.
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1 comentario:
tu eres la de la hamaca y la gorra ¿no? pues si que estas cambiada je je
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