Si en el último post hablaba del fin de semana en Universal, en este caso hablaré del fin de semana en San Fancisco, una de las ciudades más especiales que he conocido (aunque hasta ahora nada supera a París, ni creo que lo haga, pero eso es otra historia).
En fin, que tras mucho ajuste de fechas, de con-quién-viajo y de dónde-voy-a-dormir (eso también es toda otra historia) nos pusimos en camino hacia la ciudad del Golden Gate Bridge, de las cuestas interminables, de Alcatraz. Y eso, de camino, porque el camino es una pesadilla. Casi seis horas atravesando un desierto eterno. Y con desierto me refiero a
Puede que no sea de arena, aunque lo parece, pero el termómetro permanentemente por encima de los 40º y el paisaje desolador lo convierten en un perfecto desierto. Son más de cinco horas de
Y sin embargo te sobrecoge. La inmensidad del paisaje es asombrosa. Nunca acaba. Parecíamos atrapados, inmóviles a pesar de todo, ya que da la sensación de que no se llegará nunca, de que ya has pasado por ese mismo lugar. Las sombras de las montañas, siguiendo los movimientos del sol, dan a la escena un aura de magia difícil de explicar.
Y, sin embargo, se acaba. Cientos de millas más adelante, recorridos por una autopista que durante horas ha tenido cuatro carriles para cada sentido, por fin se llega a la ciudad de los terremotos, de la arquitectura victoriana, de los tranvías.
El viaje acaba de empezar.
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